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Las madres de los novios. Las segundas protagonistas, y seguramente las personas que vivan con más ilusión la ceremonia, después de la pareja que se da el ‘sí quiero’.
Su papel está en un discreto segundo plano -más el de la madre de la ella que la de él, sobre todo cuando la madre del novio es la encargada de ejercer el papel de madrina-, y aún así, el protocolo cuenta con normas de etiqueta muy específicas que determinan cómo vestirse para acertar de lleno en un día así.
En el caso de las madrinas, la etiqueta está clara. Ellas son las únicas que deberían ir de largo, después de la novia claro. Su papel admite un vestido de fiesta por todo lo alto -cuidado con los brillos y pedrerías, pueden resultar traicioneros-, aunque en una boda de mañana el protocolo admite que optemos por un vestido más corto, a la rodilla o tipo midi, evitando, eso sí, el de tipo cóctel o el minidress. También están permitidos los conjuntos dos piezas, como un conjunto de falda, top y chaqueta de fiesta, manteniendo la manga con un largo pasado el codo, ya sea a la muñeca o tipo francesa.
La mantilla y peineta son dos de los complementos que tienen especial acogida entre las madrinas: este elegante tocado de blonda es un accesorio cien por cien español, y, por sus propias características, su uso está muy limitado a cierto tipo de eventos; además de adornando la cabellera de las madrinas, la mantilla no se deja ver muy a menudo salvo en otras fiestas y eventos muy castizos, como las procesiones de Semana Santa o las corridas de toros. De ahí que su uso en una boda se haya popularizado en los últimos años, aprovechando lo particular de esta ocasión en especial. El tejido de la mantilla puede ser de encaje de Chantilly o tul, con preciosos bordes ondulados e intrincados detalles de flores. El protocolo dicta que sea negra, aunque hoy por hoy se puede llevar en un tono más claro.
Fundamental, eso sí, contar con el permiso de la novia, para que nuestra mantilla no le reste protagonismo a su velo de encaje, y llevarla solamente si se trata de una boda de día y con vestido largo.
Esta misma norma se aplica a otros detalles y acabados del vestido, como por ejemplo el cuello o las mangas: antes de decidirnos por un modelo u otro, lo más acertado es consultar con la novia para evitar que ambos trajes sean muy parecidos y ‘choquen’ en el altar y en las fotos. Tampoco está de más ponerse de acuerdo con la madre de la novia, evitando a toda costa coincidir con el color de nuestro traje, sobre todo si se tiene en cuenta la cantidad de fotos en las que ambas mujeres posarán juntas después de la ceremonia. Para las madrinas que no quieran sentirse ‘disfrazadas’ llevando una mantilla y sobre todo una peineta (especialmente si tenemos en cuenta que puede llegar a resultar incómoda una vez puesta), hay otras opciones igual de elegantes, como los tocados, los sombreros de ala corta o las pamelas de día.
El papel de la madre de la novia resulta algo menos relevante, al menos a efectos prácticos y durante la ceremonia en sí, aunque ella siga siendo una de las protagonistas indiscutibles de ese día. Esta discreción se traduce también al vestuario, donde triunfan los vestidos, los coat-dress y los dos piezas a media pierna, en colores lisos y suaves (como los empolvados y tonos pastel, huyendo de los demasiados claros que se confundan con el traje de la novia), y con complementos sencillos y elegantes, como un zapato de tacón alto que estilice la pierna, un bolso de mano y joyas sencillas, eligiendo entre un juego de piezas discreto o una única pieza principal.